Menos noche
Por un tiempo les apagué la luz antes de acostarse, no había bronca, pero luego llegó un miedo y se habituaron a dejar un foquito prendido. “Pero, mamá”, me gritaban cuando bajaba el switch, “no lo apagues”. Hace un año dormía en mi cuarto sin falta pero esa noche me abrumaba la ansiedad y no quería dormir sola; así que arrastré mi colchón nuevo, que no tenía base, y lo dejé caer entre sus camas individuales. Apagué la luz. Me tiré a mis anchas boca arriba con los ojos cerrados, miraba a lo infinito cuando Eli se echó sobre mi axila izquierda. Luego bajó Ave y se acostó en la otra como si fuera una hija paloma. Las abracé. “En esta cuarentena”, les dije, “nos haremos amigas de la oscuridad”. En voz alta lo dije, incluyéndome en la audiencia; la ‘sana distancia’ había hecho que cualquier problema que no fuera el birus pareciera insignificante. Lo negro de la noche y lo oscuro de las sombras eran el menor de los males en esa casa. Consuelos raros. “Apaga la luz”, me dicen ahora, “no podemos dormir sin la amiga oscuridad”.